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miércoles, 23 de junio de 2010

El contador de historias


Abrió la puerta y como siempre un ligero aroma a canela lo recibía al entrar a casa. Encendió la luz. Paseo la mirada por el comedor y la sala—Vago!!—pensó, para si. Se quito su abrigo y lo colgó en el respaldo de una silla. Camino  ala cocina, a tientas encendió la radio y giro el dial al azar. Se detuvo en una estación donde daban las noticias del día. Tomo un pocillo de peltre sobre la pequeña estufa sin horno, la lleno de agua de la llave y la puso al fuego. Tomo su taza de una pequeña alacena y la llevo a la mesa. Regreso a la cocina, tomo el café y dos terrones de azúcar y los llevo a la mesa. Giro sobre sus talones y de un cajón de la vitrina tomo un mantel de palma entretejido con cuadros color avellana y chocolate. Se quedo de pie, mirando las cosas en la mesa, miro  la sala, hacia tanto que no se sentaba en el sillón. Bebió a sorbitos su café, la luna llena entraba por la ventana de la sala y se pegaba a los muros de pintura vieja. Atreves de los muros se podían oír los ruidos de las casas contiguas. Risas de niños, pasos, puertas que se cerraban y abrían de un tirón y arrogantes llantos berrinchudos. Pero el veía las motas de café en el fondo de su taza. No necesitaba mirar alrededor para saber que no había nadie en la sala o preparando algo en la cocina, nadie subiría corriendo las escaleras ni azotaría las puertas de las recamaras intactas de arriba, sin nadie que las necesitara desde hacia tanto. De pronto en la ventana de la sala apareció un gato gris a perlado, con sus ojos de un azul cielo brillante. Lo miro fijo por unos instantes y después se deslizo con elegancia al suelo. Abrió su hocico en repetidas ocasiones, pero ningún sonido escapaba de su garganta. Era un gato mudo. —Donde anduviste?, eres un vago Humo—Le dijo. El gato se llamaba Humo, por que a veces eso parecía, una enorme bola de humo, por que no hacia ningún ruido, solo parecía flotar  de un lado a otro, hasta que se echaba en su lugar favorito. Un raido brazo del sillón. Tomo su taza vacía, la lavo con calma. Guardo todo en su lugar. Sirvió leche en un platito y croquetas en otro. Humo se desesperezo, lamio sus patas y con estas se froto la cara, bajo del sillón estirando cada parte de su cuerpo y fue directo a beber leche. El miraba a humo con una sonrisa triste en su rostro—Si al menos maullaras!!—Pensó. Apago la radio. Tomo su porta velas y lo llevo a la mesa, saco una cajita de cerillos de su abrigo y encendió las velas. De un cajón saco su vieja libreta y su pluma. Apago la luz, se sentó a la mesa y abrió su libreta.
Una casa nueva apareció ante sus ojos, los tímidos lengüetazos de las flamas de las velas, llenaban de una extraña vida todo lo que antes era vacio, hueco e inanimado. Juegos de luz y sombras se paseaban cómodos por todo el rededor. Humo de un salto ágil, subió a la mesa y se recostó como siempre frente a el enroscando su cola bajo su cuerpo. Extraños personajes, uno a uno, poco a poco, aparecían en la casa. Algunos se sentaban en la escalera, otros corrían al rededor de la mesa y unos mas brincaban en los sillones. La pluma se deslizaba por el papel como si patinara en una enorme pista de hielo. Uniendo letras en palabras, palabras en oraciones, oraciones en textos que cobraban vida en los muros de la casa como si pintara sobre ellos se formaban jardines hermosos, arboles inmensos, selvas completas llanas de animales extraños y sonidos vivos. O algunas veces era un cielo increíblemente azul, con nubes de alebrije, o cielos oscuros inundados de estrellas y planetas de colores con sus lunas de fuego, de hielo. Otras veces era la ciudad gris, enorme y miserable, donde se formaban sus calles del centro o plazuelas con sus iglesias y parques al frente, llenas de vendedores de todo tipo de mercancías.
Pero lo que mas le gustaba era cuando se pintaba el mar… el mar inmenso, imponente. Con olas enormes y una fuerza que le hacia a veces detenerse en la escritura y contemplarlo como si estuviera hipnotizado, admirando una puesta de sol o el reflejo de la luna llena en todo ese inmenso y palpitante lienzo negro. Por unos instantes al menos mientras durara la luz de las velas era el hombre mas feliz del mundo por que estaba rodeado de tantas cosas, de tantos seres que el como científico loco había dado vida. Y vaciaban su soledad en cantaros sin fondo. Cada día alguien nuevo, correteaba por la casa uniéndose a los demás. Hasta que la luz de las velas se consumía por completo. Entonces cerraba su libreta y a tientas se sentaba en su sillón. El silencio le hablaba arrullándolo. Humo se escurría entre el ultimo rayo de luz de luna se echaba en el brazo del sillón. El lo acariciaba hasta que desaparecía en la oscuridad, por que Humo también era una historia, una hermosa historia que le hacia compañía y le mitigaba la soledad, hasta que se quedaba dormido…   
VLADIMIR KUSH

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